Yo no sé si a ustedes les pasa, pero cuando converso con alguien experto en Internet, o un programador de computadoras, o un ingeniero en sistemas, me siento el ser más ignorante de la tierra.

Por más que trato de estar al día en esto de la tecnología, hasta mis hijos adolescentes me llevan años luz de conocimientos sobre el tema.

Por si fuera poco, en las reuniones de alto nivel escucho términos que me dejan helada, porque no los conozco.

La verdad es que me da vergüenza que se den cuenta de que estoy, literalmente, en Bosnia. Trato de anotar lo que no sé y cuando llego a mi computadora, inmediatamente busco las palabras nuevas en Google (¡bendito Google!), y me doy a la tarea de investigar.

Cuando termino, me siento pechona. “Ja, en la próxima reunión no me agarran con los pantalones abajo”, pienso.

¿Y qué creen? Cuando voy a otra, no me queda más que recordar al Chavo del 8 cuando declamaba: “Vuelve el perro arrepentido, con sus miradas tan tiernas, con el hocico partido y el rabo entre las piernas”.

Me veo entonces como el perrito con el rabo entre las piernas, anotando algún término para volver a investigar.

Hago constar que me sé defender con varios programas de computadora, pero al mismo tiempo tengo que reconocer que admiro muchísimo a esas personas que no se sienten como analfabetas, entre esas a mis dos hermanos y una hermana que son expertos en el tema. Cuando los oigo, pienso: ¿en qué mundo vivía yo cuando era muy joven, que no se me ocurrió estudiar la carrera del futuro, es decir, del presente?

Eso sí, no me dejo, y seguiré intentando llegar a una reunión en la que no tenga que anotar, disimuladamente, un nuevo término, recién salidito al mercado. ¡Algún día lo logro!