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Adiós a la "refri"

Elizabeth Muñoz de Lao | DIAaDIA

Hace unos años, cambié mi refrigeradora. La que tenía hacía 18 años se quedó chica y no me cabían los alimentos.

Ahora, casi una década después de aquel cambio, tendré que volver al principio: una "refri" chica.

¿La razón? Siento que el salario de mi esposo y el mío se redujo a la mitad. A veces hasta pienso que el gerente me lo rebajó sin que yo me diera cuenta. Pero reviso esos números del talonario una y otra vez, y no, el gerente no me ha bajado el sueldo. Ni siquiera tengo el consuelo de ir a reclamárselo y descargar mi enojo cada vez que cobro en la quincena, porque él no tiene nada que ver con que mi cheque no estire más.

Señores: Yo no sé ustedes, pero antes hacía malabares para que me cupieran en la refrigeradora las frutas, las legumbres, los yogurt, la gelatina, los jugos, los dulces, los guisos, los siropes de los pancakes, las galletitas, el helado, etc., etc., etc.

Bueno, ahora no la lleno ni con agua, porque como vivo en La Chorrera, ni eso hay.

Es increíble cómo se han disparado los precios de los alimentos. Ya sólo se puede comprar lo estrictamente necesario.

¡Ojo!, no me estoy quejando. Dios ha sido muy grande en mi vida y no puedo pedirle más. Sin embargo, no dejo de pensar en que si los que tenemos dos salarios en casa estamos pasando las de Caín, entonces los que viven de un sólo salario mínimo no tienen ni para cubrir la llamada "canasta básica popular".

¿Y dónde queda la vivienda, el agua, la luz, el transporte, el vestido y la recreación?

No es mi intención ser pesimista, pero sí realista. Somos víctimas del cacareado crecimiento económico del país, y todo por la falta de planificación y el egoísmo de los gobernantes, que no han hecho nada para que ese crecimiento se sienta en cada hogar del territorio nacional. Encima, insisten en hacer ver que todo es color de rosa y que la canasta sólo ha subido unos cuantos dólares. ¡A otro perro con ese hueso!

Por lo pronto, cambiaré mi refrigeradora. Así no me martirizo viéndola medio vacía, y de paso, me queda la esperanza de que los ojos no se me saldrán de las órbitas cuando llegue el recibo de luz.





   
 
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