Para complementar, reparte frutas y vegetales a las personas con negocios en el mercado de abastos. Su desvencijado pick up del 88 apenas puede rodar.

Chito tiene cuatro pequeños hijos y una esposa. El dinero no alcanza ni siquiera para la comida del día. Sin embargo, Chito mantiene siempre su sonrisa contagiosa, alimentada por la esperanza de que su honesto proceder le traerá días mejores.

Esa lluviosa mañana el niño más pequeño había tenido una crisis de asma. Lo dejó con su mujer en el Hospital del Niño, pues tenía que entregar unos vegetales. Iba tan aturdido que no se percató que debía hacer un alto y colisionó con un flamante Mercedes Benz que dejó con la carrocería abollada, mientras su pick up, su instrumento de trabajo, quedó totalmente inservible y sus vegetales por el suelo.

¿Cómo podría pagar un carro como ese? Era evidente que el culpable era él. El dueño del Mercedes se bajó y lo miró. Chito le aseguró que a pesar de ser muy pobre, le pagaría los daños, aunque poco a poco. El señor lo citó para el viernes para hablar en su oficina, pues estaba apurado.

Chito llegó a la cita con 30 balboas para hacerle el primer pago y se los entregó.

El hombre sacó algo del escritorio y lo invitó a bajar por el ascensor. Al llegar al estacionamiento le entregó las llaves de un pick up nuevecito, de paquete, que le serviría para hacer su trabajo. El hombre le dijo: "Tómelo, éste es un secreto entre usted, Dios y yo". Era un ángel anónimo que premió a un hombre honrado.