Jorge DeBravo

La historia de Panamá tiene mucho de violenta. Asesinatos, cárcel, desempleo, viviendas inadecuadas, injusticia generalizada y desigualdades socioeconómicas así lo prueban. También debemos añadir al narcotráfico y la programación violenta de los medios de comunicación.

Ante esa situación terrible, ¿qué le queda al hombre y la mujer? Es tentador encerrarse en cuatro paredes académicas y no asomarse a las ventanas; o transformarse en un cínico burlón predicador de la desesperanza; o lo peor, rendirse y abandonarse al vicio. A pesar de su atractivo, ojalá y haya otras opciones, si no, ¡qué lío!

Pienso, junto a otros escritores como el poeta José Córdova, que aquí en Panamá el hombre y la mujer cultos tienen el llamado de confrontar, en el arte o género que le sea más fácil, a esa violencia. Cierto es que la violencia tiene raíces profundas en la estructura social de nuestros países. Entonces, no sólo hay que transformar la economía, hay que democratizar el privilegio de la belleza. Crear una política de la cultura, o más bien una cultura política, donde todo interesado participe en aquellas actividades artísticas y culturales a las cuales tiene derecho. ¿Y saben por qué se tiene ese derecho? Porque todo ser humano puede ser productor de cultura y no un mero consumidor; eso es lo que nos diferencia de la hierba que crece en los potreros.

Para los ciudadanos en general, es imperioso participar en movimientos mayúsculos de aficionados al arte y la cultura. Así se transformará el panorama violento de nuestra patria. El acceso a la cultura es un problema político; por lo tanto, es un problema de todos.