Es uno más del equipo. Se faja igualito que el resto de los integrantes de la oficina de contabilidad, de un renombrado hospital de la ciudad de Panamá. Cuando de números se trata, él es muy detallista.
Eso es lo que más le gusta, pues durante su preparación escolar puso todo su empeño y ahora lucha por obtener su licenciatura.
Ese es Agustín, aquel niño que a la edad de un año su madre descubrió que era sordo. Ese fue un duro golpe para Doña Dilsia, pero esta abnegada madre aceptó a su hijo, pese a la discapacidad que le impediría escuchar y hablar a su primer vástago.
Un trago amargo para Dilsia, fue escuchar la primera palabra de su hijo: "jabón". Ella hubiese querido escuchar "mamá", pero ese fue el primer paso de superación de Agustín.
Eso lo logró gracias al apoyo de los profesionales del IPHE, además del soporte clave de sus padres y amigos.
Hoy Agustín cuenta con 22 años y tiene muchas metas. Una de ellas es tratar de retribuirle a su madre todo el sacrificio que hizo. Imagínese que Doña Dilsia tuvo que renunciar a sus catorce años de trabajo que tenía en una farmacia.
Hoy, mientras estoy sentado frente a mi computadora, el sonar de las teclas me recuerda el número de jóvenes que conozco y que a pesar de que no tienen ningún impedimento físico, se la pasan de brazos cruzados pensando que la vida se debe vivir sin el menor esfuerzo.
Al entrar a la Internet, encontré este adagio que dice: "Quien pierde la mañana, pierde el día; quien pierde la juventud, pierde la vida".
Si todos tuviéramos una visión de futuro como Agustín, otro gallo cantaría.
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