Eiffel María tenía grandes sueños, pero era la más humilde de todos en el aula escolar. El resto de sus compañeras se burlaban de ella, pues sus útiles escolares no eran de marca ni le gustaba aparentar. El tiempo pasó, pero Eiffel María tenía entre ceja y ceja ser alguien en la vida, por lo que no se doblegó ante tantas adversidades. En una ocasión, estaba tan agobiada que pidió a Dios fortaleza, pues creía no soportar más la carga.
Y su respuesta fue inmediata, las puertas se abrieron a tal punto que recibió una beca y luego obtuvo un nombramiento distinguido, que incluso fue la admiración de aquellas compañeras de clases que la denigraban.
Recordemos que el merecimiento no siempre es egolatría, sino dignidad. Cuando damos lo mejor de nosotros mismos a otra persona, cuando decidimos compartir la vida, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y desnudamos el alma hasta el último rincón, cuando perdemos la vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión. Que se menosprecie, ignore o desconozca fríamente el amor que regalamos a manos llenas es desconsideración o, en el mejor de los casos, ligereza.
Cuando amamos a alguien que además de no correspondernos desprecia nuestro amor y nos hiere, estamos en el lugar equivocado.
Esa persona no se hace merecedora del afecto que le prodigamos. La cosa es clara: si no me siento bien recibido en algún lugar, empaco y me voy. Nadie se quedaría tratando de agradar y disculpándose por no ser como les gustaría que fuera. No hay vuelta de hoja. En cualquier relación de pareja que tengas, no te merece.
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