Cuando se llega a los 50 años, uno se cree de vuelta de todo... ¡mentira!
Me sucedió hace unos días. Resulta que estaba yo "ejercitándome" en mi diversión favorita: hacer "shopping" en el departamento de hogar de un almacén.
Estaba concentrada en pensar que debí estudiar otra carrera con la que hubiera ganado más dinero.
De esa forma, me hubiera podido comprar la alfombra que estaba ante mis ojos. "Esto quedaría divino en mi casa...combina con mis muebles... tiene el tamaño justo... ¡chuleta!, los colores son perfectos...".
Todo esto lo pensaba mientras trataba de recordar cuánto tenía en mi cuenta de ahorros y cuánto faltaba para la quincena.
De repente... ¡zas! "¡Elizabeth, eres tú. Yo te miraba y te miraba, pero no estaba seguro!".
¡Dios mío!, era un gran amigo de la secundaria a quien tenía como 25 años que no veía. Yo lo reconocí de inmediato. Él a mí, no. Eso sólo podía significar que yo me veía vieja y él igualito que recién salido de la universidad. ¡Ni barriga tenía el condenado!
Para colmo, eso fue un domingo, mi día libre, justo cuando andaba sin maquillaje, sin blower; no me había hecho el tinte, ni siquiera cargaba aretes. ¡Padre de bondad!
En ese momento me di cuenta de que no estoy de vuelta de todo, y que aquello que siempre pregono de envejecer con dignidad, no es tan cierto.
Mi amigo se notaba contento de verme y yo sólo me concentraba en recordar que estaba hecha un desastre y que aquello de "estás igualita" no era más que una mentira piadosa. ¡Hasta le vi la nariz de Pinocho!
Lo que pudo haber sido un encuentro agradable no fue más que una mala pasada del destino, y todo porque yo no estaba de vuelta de nada. Qué más da que un domingo una ande cómoda con la cara al viento, en jeans y zapatos bajitos, con el pelo en cola de caballo y sin collares ni aretes rimbombantes.
Cuando nos despedimos, ya me había repuesto.
Al menos los últimos minutos de nuestra conversación estuve relajada y se me había olvidado lo "horrible" que me veía. Volvía a ser la mujer de 50 que sabe que la apariencia física no lo es todo y que lo realmente importante está más allá de lo evidente.
Eso sí, el siguiente domingo me puse aretes y un poquito de brillo en los labios... ¡por si acaso!
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