Había una vez un chiquillo que vivía en un orfanato. El chiquillo siempre deseaba volar como un pájaro. Le costó entender por qué no pudo volar. Había pájaros en el zoológico mucho más grandes que él y ellos podían volar. -¿ Por qué no puedo volar?- pensaba. - ¿Hay algo defectuoso conmigo?- se preguntaba.
Había otro chiquillo que era cojo. Siempre había deseado andar y correr como los demás niños y niñas. -¿Por qué no puedo ser como ellos? - pensaba.
Un día, el huérfano, que quería volar como un pájaro, huyó del orfanato. Llegó a un parque donde vio a un chiquillo que no podía ni andar ni correr. Estaba jugando en la arena. Le preguntó si alguna vez había querido volar como un pájaro.
-No, - respondió el chiquillo que no pudo ni andar ni correr.
-¡Qué triste!- dijo el huérfano. -¿Piensas que podríamos ser amigos?- preguntó.
Entonces vino el padre del chiquillo con una silla de ruedas para llevarse a su hijo. El huérfano se fue corriendo tras el padre del chiquillo y le susurró algo. - Eso estaría bien.- dijo el hombre.
El huérfano puso la espalda hacia su nuevo amigo y le pidió subir a su espalda. Entonces empezó a correr por la hierba. Corrió mucho y cada vez más rápido. Hizo que sus piernas trabajaran aún más. Esforzó más y más sus piernas. Pronto el viento sopló en las caras de los dos niños.
El padre del niño cojo empezó a llorar al ver a su hermoso hijo mover sus brazos arriba y abajo en el viento, mientras gritaba con todas sus fuerzas.
-¡ Estoy volando, papá, estoy volando!
Basta volar con la imaginación para despegar del suelo.
|