Estudié el segundo ciclo en el colegio Rodolfo Chiari de Aguadulce, distrito que hoy celebra un aniversario más de fundación.
De Aguadulce guardo un bonito recuerdo de aquellos años (hace pocos, por allá por 1977) cuando la irreverencia, la energía de la plena juventud y el deseo de ser alguien nos movía a todos los estudiantes.
Y en esa efervescencia de la pre-adultez, como le llamo yo, no podían faltar los noviecitos... y tampoco las mentiritas blancas.
Yo tenía un novio, al que elegí en el baile de las novatadas de ese año. A los dirigentes de la Sociedad de Graduandos nos tocó organizar la novatada. Unos días antes de la festividad, se me declararon dos chicos. ¡Wao, eso nunca me había pasado! Uno era un estudiante ejemplar, de alto índice académico. El otro, también buen estudiante, era uno de los líderes de grupo de la promoción.
A mí me gustaban ambos, porque eran inteligentes, y les dije que lo pensaría. Sólo había tenido un novio antes y me era difícil decidirme.
Fue entonces cuando pensé: "el que baile mejor el día de la novatada, ese será mi novio". Así fue. Sucedió que el que tenía el mejor índice académico bailaba con dos pies izquierdos. El otro, bailaba de maravilla. Lo elegí, no sin antes decirle al otro que siguiéramos siendo amigos. Y lo seguimos siendo. Con el elegido tuve un noviazgo de dos años.
En esos tiempos, existía el noviazgo sano en todo el sentido de la palabra. Era bonito, pero también nos agarraron en trampa.
Un día, mi novio cumplía año. Yo había ahorrado de mi mesada (muy chiquita, por cierto) para comprar una toalla que mandé a bordar con su nombre. Llegado el día, como vivía en Aguadulce con una familia de la cual pasé a formar parte y a la que quiero muchísimo, le dije a mi segunda mamá que iría a llevarle un regalo a la secretaria del colegio, que era amiga mía.
Fui con una señora que me estaba guardando el secreto. Pero no conté con que tenía un amigo que trabajaba en una emisora. El, sin saberlo, me delató públicamente. Mandó un saludo de felicitación a mi noviecito y dijo que su novia le llevaba un regalo. Una vecina lo oyó y se lo dijo a mi segunda mamá.
Tartamudee todo lo que ustedes no se imaginan tratando de explicar lo del regalo. Sé que nunca me creyeron, pero en el fondo sabían que era una "mentirita blanca". Me pasé varios días sin poder verle la cara a mi segunda mamá, sobre todo, porque no tenía necesidad de mentir, pues yo tenía permiso para tener novio. La vida ahora es distinta, pero algo sigue siendo igual: mentir no es la mejor decisión.
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