Sin embargo, cada vez que me siento así, Dios me toca el hombro y me dice: ¡ey!, ¿qué más quieres de Mí? Tienes amor, familia, salud, trabajo y casa. ¿No te basta?".

Ese es el mensaje que yo siento que me envía. Y, ojo, no significa que sea conformista.

Es que cuando miro a mi alrededor y observo lo que hace la madre naturaleza con gente luchadora, que de un momento a otro lo pierde todo, entonces es cuando la tristeza se me va.

No se trata de "mal de muchos, consuelo de tontos".

Se trata de valorar lo que tenemos, de enfocarnos en lo que realmente es importante en la vida de un ser humano.

No significa que un juego de muebles, una cama, una refrigeradora, la computadora o el televisor no sean importantes. Por supuesto que sí. Imagínense por un momento que van al supermercado a comprar la carne de la quincena y cuando llegan a la casa no tienen un refrigerador dónde guardarla, y que además, no tienen una cama donde dormir. ¡Claro que estos artículos son importantes!

Pero esto, comparado con el amor familiar, la convivencia con cada ser querido, el abrazo del amigo solidario, la ayuda de gente que ni siquiera conocemos, toma visos de insignificancia.

Por eso hoy, mientras escribo, siento que el abatimiento de la semana no tenía razón de ser. Sigo deseando que se dé aquello que me gustaría. Pero descubrí que no es lo más importante para mí en este momento. El dolor ajeno me hizo ver que puedo continuar sin ello.

Más aun: cuando observé las fotos de aquellas personas afectadas por las inundaciones, me di cuenta de que no había nadie llorando sobre la leche derramada.

Cada quien sacaba sus arrestos para enfrentar la desdicha. Hubo quienes, por cuarta vez, lo perdieron todo, pero lo primero que dijeron es que volverán a empezar de cero.

Siendo así, ¿qué hago yo con mi tonta tristeza sin porqué? ¡Pues sacarla del corazón, para seguir luchando!

¿Acaso no es lo que hace el ser humano cada día de su vida? Entonces, ¡manos a la obra!