"Debemos reconocerlo, todos tenemos un poco de emperadores. Rehuimos el reto de cada día mirar a los demás con ojos nuevos".
CARLOS WYNTER MELO
Durante los últimos días he tenido una cruel y afanosa guerra contra las arrieras que invaden el jardín de nuestra casa. Los benditos insectos cada noche perforan sus nuevos nidos que en la mañana le indico a mi hermana que se encargue de eliminar. ¡Claro! Yo soy escritor, no el depredador.
Por suerte tengo una hermana que ha comprendido, más que mis talentos literarios, mis inutilidades jardinísticas. Porque en medio del fragor de la batalla he caído en cuenta, que así como las hormigas pueden cargar cuatro o más veces su peso en hojas que procesarán para obtener su alimento, nosotros, los llamados humanos, tenemos la capacidad de cargar varias miles de veces nuestro peso en... humo.
Cierto es que el poder existe si se ejerce, pero ese axioma queda en un plano tan ridículo en la cotidianidad de la vida. ¿Cuántas veces tenemos los mortales de a pie la oportunidad de toparnos con el emperador del mundo? ¿Decidir la política económica del Banco Mundial? ¿Señalar cuáles serán los nuevos dogmas del próximo Concilio Vaticano? A lo sumo podemos decidir a quién invitar a nuestra fiesta de cumpleaños, y siempre se nos cuela un paracaidista.
Clasificar. Ver al otro con los ojos del emperador. Por más vuelta que le doy, siempre concluyo que todo aquello es como cargar un par de miles de toneladas de humo. Pero a pesar de lo que pienso y hasta siento, sé que la discriminación existe y que todos, todos, estamos tentados a aprovechar la menor oportunidad para sentirnos emperador. ¿Cuándo llegará el niño que grite: El emperador está desnudo?
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