Había dos recepcionistas en el cuarto de urgencias. Una de ellas, diligente, le dijo a la madre que se acercara, pero luego le dejó la tarea de atenderla a la otra recepcionista. Esta última miraba, distraída, un papel.

De pronto, como que recordó dónde estaba y preguntó a la madre del niño los datos necesarios para ser atendido.

"Pase a evaluación económica", le dijo, mientras su rostro y sus gestos denotaban la pereza y la poca importancia que daba a su trabajo.

-¿Dónde queda evaluación económica?, preguntó la madre.

"Por ahí", le contestó, mientras alzaba un dedo que no indicaba ninguna dirección, y sin siquiera mirarla.

La mujer tomó a su hijo y llegó a evaluación económica, preguntando a las otras madres de los pacientitos.

De ahí se le envió "a la mesa blanca" para que dejara la hoja que le dieron. "¿Dónde está la mesa blanca?", volvió a preguntar. "Coja a la izquierda y la va a encontrar", le respondieron.

Llegó a la mesa blanca, donde una mujer, masticando chicle con la boca abierta, revisaba expedientes.

"¿Es aquí donde tengo que dejar esto?", preguntó la madre. La asistente de clínica movió su mano, como indicando algo, y sin mirar, muy concentrada en su chicle.

Ésta es la clase de funcionarias que atendía una mañana de domingo, hace pocos días, en el Hospital del Niño.

Gracias a Dios, hubo una diferencia abismal en el trato de los médicos, que se desvivían por atender a los pacientitos y a sus padres.

Yo me pregunto: ¿Será ese el mismo Hospital del Niño que tiene la fama de ser el mejor de Panamá?

La respuesta es: Sí. Lo malo es que tiene algunos malos funcionarios, y eso puede remediarse con algunos cursitos de relaciones humanas, para que aprendan a atender a quienes llegan allí atribulados por la enfermedad y el dolor.