La noticia corrió como pólvora, no sólo en Chile, sino en toda Latinoamérica. El ex dictador Augusto Pinochet, falleció ayer a los 91 años, luego de sufrir un ataque cardíaco y un edema pulmonar. Irónicamente, su muerte coincide con el cumpleaños de su esposa, María Lucía Hiriart Rodríguez, y la celebración del Día Internacional de los Derechos Humanos.
SU LEGADO
Desde 1973 hasta 1990, Pinochet impuso una feroz dictadura en Chile, y a partir de que en 1998 el juez español Baltasar Garzón consiguió su detención en Londres por cargos de genocidio, terrorismo y tortura, se han presentado más de 300 querellas contra él en su país y ha sido desaforado en 14 ocasiones por violaciones de los derechos humanos y corrupción.
Su declive comenzó con el hallazgo de fosas clandestinas, denuncias de torturas, fusilamientos y desaparición de personas. Durante la dictadura, fueron registradas 3.197 víctimas, de las que 1.192 son detenidos desaparecidos.
El pasado 25 de noviembre, durante su 91º cumpleaños, Pinochet asumió en una carta pública "la responsabilidad política" de sus actos, reiterando que todo lo hizo "por amor a la patria.
REACCIONES
Mientras en Chile, las expresiones de felicidad y tristeza, de adversarios y seguidores, formaban el caos; los teléfonos de los cientos de chilenos exiliados que llegaron a Panamá, huyendo del régimen de Pinochet, no dejaban de sonar. Entre ellos, el de la familia Galaz, una pareja de chilenos que desde hace más de 30 años, reside en nuestro país.
Al otro lado del teléfono, Rosa escuchó una voz amiga que la felicitaba. Al no comprender por qué tanta alegría, preguntó la razón y su interlocutora, al fin le reveló: "¿pero no has visto las noticias?, murió Pinochet". La sorpresa fue grande. Inmediatamente, pasaron por la mente de Rosa los tormentosos recuerdos de su vida en Chile.
Ernesto, esposo de Rosa, fue uno de los perseguidos políticos del régimen del dictador ya fallecido. Además de laborar en una fábrica, ofreció servicio militar para la Unidad Popular, durante el gobierno socialista de Salvador Allende.
Durante el golpe de Estado, asestado por Pinochet, Ernesto se convirtió en una de sus presas. Por años, permaneció recluido en distintos campos de concentración, creados durante el régimen. Allí sufrió torturas y vejaciones que jamás olvidará.
Aún recuerda las alambradas, los guardias y los perros que custodiaban el lugar. "A la hora que a ellos se les antojara nos sacaban, nos pegaban y nos hacían trabajar con la intención de humillarnos, nos ponían a cavar zanjas, que después hacían que tapáramos", contó. Durante todo ese tiempo, Rosa viajó diariamente con sus tres hijos a cuestas, largas distancias de donde vivía, para ir a visitar a su marido.
Las torturas también fueron parte de su experiencia. Durante dos años, Rosa no supo de su esposo, pues había sido llevado a un centro de tortura, donde recibía descargas eléctricas; era llevado a simulacros de su fusilamiento, e incluso, le metían fusiles en la boca y halaban el gatillo.
Su llegada a Panamá, les dio una oportunidad de hacer una vida nueva. Las noticias sobre la detención del dictador, fueron consideradas como una oportunidad de justicia; sin embargo, la prematura muerte de Pinochet deja sin esclarecer muchos casos. "Todavía faltaban muchas muertes más; ahora, como ya murió, pienso que todo eso queda estancado", aseguró Ernesto.
FORTUITO
Por dos años, Rosa buscó a su esposo; es así que inesperadamente conoció a un periodista alemán, quien la entrevistó clandestinamente.
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