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La sardina

Redacción | DIAaDIA

D urante la ocupación, en Francia, la comida era realmente escasa, rara diría yo. Un día, Pedro consiguió comprar a precio de oro una minilata de sardinas. Invitó a su buen amigo, Juan Francisco, a degustar esta delicia que ni uno ni otro recordaba ya su sabor.

Los dos se sentaron a la mesa, abrieron delicadamente la lata y cogieron cada uno una sardina.

Mientras preparaban la frugal comida, se pusieron a discutir, como siempre, de religión. Pedro era un anticlerical convencido y atacaba con rabia a la iglesia, mientras que Juan Francisco la defendía.

Y bruscamente, Pedro lanzó un grito: "¡La sardina!"

"¿Qué sardina?, le preguntó Juan Francisco.

"¡Apasionado en nuestra discusión, me he tragado la sardina sin darme ni cuenta!"

¿Cuántas sardinas nos engullimos cotidianamente sin darnos cuenta, sin degustarlas?

No solamente un bocadito de pan, mientras se mastica y saborea, nos aporta placer, sino que esto mismo ocurre con todo: “Conectando con nuestro cuerpo, nosotros podemos sentir el placer de tocar el vestido o la textura de una piel, la risa de tu hijo o el confort de un sillón, o el calor del radiador o de un rayo de sol, la caricia del viento, o una sonrisa…

Piensa en la sardina y no dejes que las preocupaciones, los sucesos, el trabajo, la vida trepidante te ocupe 24 horas sobre 24. Toma tiempo para ti mismo, aunque sean 30 segundos, pueden ser una eternidad si los sabéis degustar.

   
 
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