El enemigo había usado de toda su artillería. El joven soldado se miraba una y otra vez. Su cuerpo estaba todo magullado, lleno de heridas. Apenas podía mover las piernas. Y de los dos brazos, sólo conserva uno y un muñón en el derecho; sus ojos estaban también muy mal.
Y lo peor era que había luchado para nada. Sí para nada, porque había sido el enemigo, quien al final había vencido.
Poco le importaba a él que hubiese sido sólo una batalla, y que la guerra seguramente la ganasen los suyos. Porque para él, para el joven soldado, ya estaba perdida.
Se sentía un inútil. Había deshecho la confianza que había puesto en él. Había perdido. Y eso un soldado no puede hacerlo.
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