Cuando se me ocurrió la fantástica idea de ir al lugar donde las personas buscan oro en Villalobos, jamás imaginé lo que viviría. Todo estaba 'fríamente calculado' mi fotógrafo Roberto y yo teníamos el guía y dos acompañantes más. Nos reunimos desde muy temprano para emprender el largo camino. Subimos y bajamos precipicios, cruzamos ríos, caminamos y caminamos hasta que logramos llegar al lugar donde hacía pocos días había muerto una persona cuando extraía el oro.
Como periodista al fin, quería comprobar si de verdad había oro en el lugar, le pedí al guía que me mostrara cómo se sacaba, él de muy mala gana sacó arena del río con una pala y la echó en el plato especial, tras colarlo me mostró que en efecto se veían los destellos dorados. Tal fue mi emoción que le pedí que esta vez me permitiera a mí probar, (quien quitaba y por la suerte de principiante encontrara alguna pepita de oro) pero el 'querido' guía no me lo permitió.
¿Quién se cree este?, me dije, ni modo... traté de quedarme con la satisfacción de que por lo menos logré ver el oro 'en polvo'. Pero lo peor estaba por venir.
Por no querer que fuéramos al lugar del campamento donde se reúnen para sacar el oro, el hombre hizo que junto a un señor nos regresáramos solos, pues más adelante nos reuniríamos, pero nunca fue así.
Decidimos seguir el camino, pero para nuestra mala suerte, quedamos perdidos en la montaña por más de tres horas, sin contar las otras dos que habíamos recorrido. Ya no daba más, traté de no preocuparme, ya no teníamos comida, agua (la de río me supo deliciosa) y luego de que nos cayera un superaguacero, mi querido 'sobrino' Roberto logró ubicar las salidas (porque dos veces perdimos el camino).
Finalmente, gracias Dios salimos sanos y salvos, estropeados, sin ni un solo gramo de oro, pero con la nota de portada de nuestro lado. ¿Y el guía? Hasta el sol de hoy no sé, ni quiero saber de él...
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