Cuando tenía diecisiete, iba todos los sábados al colegio a las prácticas de la banda. Había salido un poco tarde de mi casa, por lo que me sentía desesperada.
Tomé el bus y, como de costumbre, me senté en el primer puesto, luego de dos paradas, se sube un señor con rostro de molestia, de tez morena, alto, con una vestimenta desgarrada y con un olor nauseabundo, muy parecido al de un perro muerto.
Lo peor del caso es que se sentó atrás de mí. A Dios gracias se subió un señor de esos que vende pastillas, chocolates y este tipo de golosinas. Previo a vender sus productos, hizo una pequeña predicación, en medio de su discurso cuando el hombre del olor repugnante lo interrumpe y gritando le dice "No me hables de Dios, Él nunca ha hecho nada por mí, toma, te los compro todos, pero no hables de Él", en ese momento el señor le dio B/20.00 para que no diera la Palabra de Dios, el buhonero recibió el dinero.
Sin embargo, el humilde hombre siguió hablando sobre el tema y dos paradas después, el otro sujeto le arrancó el dinero que le había entregado y le reclamo expresándole: "Es que tú no entiendes, te dije que no me hables de ese desgraciado", y se bajó del bus.
Las personas estaban consternadas por la situación, pero orgullosas de la actitud del vendedor que no dejó que aquel vulgar individuo lo atemorizara y, firme en sus creencias, siguió con la prédica.
Hay un dicho que reza que "el vivo, vive hasta que el pendejo quiere". La intimidación es algo que se ve a diario en la sociedad, es deber de las personas defender su punto de vista, y no ser silenciados por nada ni nadie.
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