(Palabras en la presentación de la segunda edición del libro Soledades Pariendo) "He elegido dejar dentro de mí los tormentos y las congojas para dar testimonio solamente de la belleza del mundo y la alegría de pintar". Henri Matisse
Oír la palabra soledad por lo general despierta emociones grises y nubladas. La vida moderna, y específicamente el actual mercado, nos ofrece mil remedios para contrarrestarla. Un solitario es un ser triste, pero un solitario por decisión propia, definitivamente es un ser raro.
Y aún así y a pesar de la televisión, los celulares y el chateo; a pesar de las pocas horas diarias que físicamente se puede estar sin compañía; a pesar de esas y otras muchas razones, la soledad navega a vela hinchada en nuestros mares. También la tristeza.
Sí, quizá no es tan exagerado afirmar que somos seis mil millones de solitarios. Seres que por más escándalo, licor y droga, no podemos escapar de nuestra simple existencia: la de los anodinos que caminan sin siquiera acompañarse a sí mismos.
Quizás el detalle lúgubre no consiste en estar solo. Tal vez de todas o de algunas formas siempre nos hallaremos solos. Posiblemente, el dato sea que esa soledad, o mejor dicho, que esas soledades están de ociosas, sin hacer nada, allí, viéndose las caras o a lo mejor las uñas de los pies. El ocio las convierte en veneno del alma. Acaso la pincelada que daría brillo a tanta opacidad sea preñar a esas vagas y perezosas soledades del carrizo y pacientemente esperar los partos. De repente y pasa algo interesante.
Hoy compartimos un nuevo nacimiento de un viejo alumbramiento. Agradezco el cariño que ha recibido la nuevamente nueva criatura y les invito a brindar por ella.
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