"Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe que no puede hacerlo, pero su tarea es mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga", Albert Camus.
Entre diciembre de 1947 y enero de 1964, en Panamá se dio, desde mi humilde punto de vista, uno de los más bellos movimientos patrióticos del continente latinoamericano. Durante esos años se dieron pasos agigantados en la ruta de la consolidación de la identidad panameña.
Comenzó con el rechazo de los istmeños a las pretensiones estadounidenses de tener bases militares a lo largo del territorio nacional, pasó por la siembra de banderas tricolores en la entonces ocupada Zona del Canal y culminó con la ruptura de las relaciones diplomáticas entre Panamá y los Estados Unidos. No recuerdo que la Cuba de Fidel Castro lo haya hecho.
Dicho movimiento, en lo básico, tenía tres cualidades: era popular, no emanaba ni del poder político ni del poder económico; buscaba recuperar la soberanía en la Zona del Canal ocupada por los gringos y fundamentalmente, era llevada adelante por la juventud panameña.
Pero algo pasó. Al reanudarse la diplomacia entre Panamá y Estados Unidos, se iniciaron las negociaciones para terminar con las causas del conflicto. Mi lectura de la historia es que la soberanía sobre el canal no era la única causa de conflicto, también lo era esa juventud rebelde capaz de apasionar a esta tanta veces patria apática.
¿Qué significa eso hoy en día? ¡Guerra! Sólo escucho peticiones para aumentar las penas carcelarias y nada parecido a incentivos para los jóvenes de esta patria.
¿Eso no es una declaración de guerra?
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