"Aprende a tomar vacaciones de un minuto, al detenerte a mirar una flor, al conversar con un amigo, al contemplar un amanecer o al leer algunas líneas de un buen libro... vivir más intenso no quiere decir vivir más rápido y que la vida es más que aumentar la velocidad". Hellen Keller
Por lo general, al pensar en un sabio nos lo imaginamos con la indumentaria tradicional de la túnica, las consabidas sandalias, con las infaltables y largas barbas, las profundas arrugas y una sonrisa muy blanca y muy serena. Nos parece imposible hallar tales eminentes y rotundos seres vestidos con blusas y pantalones de mezclilla, calzados con zapatillas y con el cabello teñido de caoba; menos planeando una fiesta entre compañeros de trabajo.
Tuve la suerte de encontrar uno. En realidad fue una. Se trata de mi amiga Lidia. Fue ultimando los detalles de un viernes cultural y no recuerdo por qué salió a relucir el tema, pero por fortuna pude esa tarde escucharla hablar así:
"El sábado pasado quise sorprender a mi hijo y le compré una camisa. Al llegar a casa y dársela, resultó que no le gustó ni el color ni el estilo. Para evitar que mi regalo muriese colgado para siempre en el armario, decidí regresar esa misma tarde al centro comercial a cambiarla. Por supuesto, hice que mi hijo me acompañara. Así, esta vez la camisa sería del color y el estilo que a él le agradaran. Como que no le gustó mucho la idea, pues se pasó rezongando todo el camino.
Yo, en cambio, observé desde el bus un par de casas recién pintadas en la barriada; se veían tan lindas. A mi lado, se sentó una vecina que me contó sus nuevas y buenas noticias. Al llegar al almacén, a pesar de que mi hijo decía que no aceptarían el cambio, fuimos atendidos, magníficamente, por un atento y guapo joven. Antes de regresar a casa, compramos un helado que, a pesar de las calorías extras, me supo a cielo. Allá mi hijo que se perdió el paseo".
Así que ese es el truco: no perderse el paseo. ¡Qué cosa más simple y sencilla! ¿Verdad?
|