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¿Expertos en gritos o narradores deportivos?

Redacción | DIAaDIA

Es una desgracia ver los partidos de fútbol en este país. Uno puede comprender las emociones de los narradores, les da licencia para decir sus "pregones" y hasta se los convierte en populares, pero cuando estos se pasan y se repiten de manera indiscriminada y sin control, lo que se pronosticaba como una transmisión repleta de emociones para las audiencias que apoyan a los equipos, termina siendo un encuentro de egos, gritos y opiniones tan poco objetivas como profesionales.

Para muchos el fútbol se ha convertido en casi una religión. Rezan para que ganen sus oncenos favoritos, les piden milagros a los jugadores como Dioses y asisten al mito sagrado de los partidos donde desbocan toda su fe y esperanza durante 90 minutos. El que no puede asistir, hace todo eso desde su hogar y ahí viene la tortura.

Antes, escuchar el nombre de Edmundo Vargas o Eduardo Moreno era sinónimo de fútbol. Los señores, con defectos y virtudes, son referencia obligada. Después, cuando TVN era "el canal sin novelerías", David Samudio, Jorge Schebelút y Gabriel Castillo crecieron dentro de esta rama. Por su salida de TVN, le llegó el momento a Roberto Rivera de brillar y de ahí en adelante a otras figuras.

Quienes sintonizan buscan ver el partido y escuchar las narraciones de los supuestos expertos. No buscan escuchar la opinión de un fanático disfrazado de narrador o comentarista. Un narrador no tiene que gritarme como si fuéramos sordos para decir que metieron un gol. Sí, tiene que transmitirnos la emoción del hecho de ambos equipos, aunque juegue su selección. Tiene que emocionarse, tiene con su narración que "ilustrarnos" en las fallas o aciertos técnicos dentro de la cancha, mas no hacer escándalos que nos invita de manera automática a cambiar de pantalla. Se tiene que narrar lo que se ve, no gritar. Se tiene que ser profesional y jugar su papel en ese encuentro: narrar el juego. ¿Es mucho pedir?

La transmisión de un partido internacional de fútbol es uno de los eventos más costosos en los que invierten los canales de televisión. Ese acuerdo-contrato tiene que venir de la mano de una estrategia de ventas que les resulte rentable a estas empresas; por lo que es entendible la cantidad de anuncios y quemados en pantalla de patrocinadores. Ahora, hay un problema en el tamaño, balance y momento de la pauta del quemado.

En los partidos donde juega Panamá, por ejemplo, los quemados son tan grandes que nos impiden ver la jugada del momento o su repetición. A ello súmele los quedamos de las promociones institucionales del canal y a eso súmele la cantidad (y discúlpenme) de "paja" que dicen y gritan ciertos narradores por "querer creerse" los expertos en fútbol.

A nuestros narradores futbolísticos se les está olvidando que la televisión, al igual que la radio, es un medio que emociona. La televisión maneja emociones, no se burla ni abusa de ellas. Esa emoción "se tiene" que dejar disfrutar por quien está frente a la pantalla.

Quienes estamos sentados en casa queremos escuchar y vibrar con una buena narración. No con debates de fanáticos de un conjunto; eso lo hacemos en casa, con tragos y entre amigos. En una transmisión el narrador narra. No emite opiniones a favor ni en contra de un equipo porque ni es el momento ni es su papel ni es lo que nos vendieron en las promociones. Para "opinar" están los espacios de análisis, que por cierto, no hay en la televisión de panameña. ¡Píntalo Píntalo!, ¡Bombaza!, ¡Saludos! Por favor, menos show y más profesionalismo.

Escriba a: eltitin.diaadia.gmail.com





   
 
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