"Casi muere con unos zapatos incomprables, Bottega Veneta, que se hizo traer en seis modelos y cuatro colores diferentes: negros, cafés, crema y azules. Mejor que salió de tu vida; jamás entendió tus gastos. Ahí fue donde la convencieron para que se llevara los cincos pares...dos fucsias." Eduardo Soto
Hoy en día, los compradores compulsivos aprovechan cualquier excusa para dejarse arrebatar por la locura de gastar hasta lo que no tienen. Rupturas amorosas, supuesto glamour, aceptación por tal grupo. La ecuación es clara: Más disculpas es igual a más vacío, igual a más compras. Por que de eso estamos hablando, de un vacío que se pretende llenar con ofertas.
Alguna vez escuché que el mal del siglo era la soledad. Estamos inmersos en un mundillo cuadriculado por paredes invisibles, que a pesar de ser poco más que imaginarias, son tan sólidas y frías como el metal acerado. ¡Qué escasa se ha vuelto la amistad! Ni que decir del amor.
Y es que es tan fácil suponer, que un aparatito de sonido que canta y baila por nosotros, puede compensar los desiertos del espíritu. Tan fácil y tan ingenuo. Pero nos permite juzgar y medir la vida. Yo tengo este par de zapatos a los que sólo le falta hablar por mí, tú no. Se atina al cuestionar a los demás, pero se falla en el discernimiento personal. No es una opción desinstalarse y buscar en el espejo algo más que el bello perchero del último jeans de moda. Se prefiere comprar, vivir hasta donde lleguen las tarjetas de crédito y no preguntarse por qué no se es capaz de meterse en la propia alma.
No hay suficientes tarjetas de crédito que nos curen del mal del siglo y no existen bastantes centros comerciales que nos permitan llenar con compras esa enorme soledad que llevamos colgada del cuello. Entonces, ¿qué hacer? Bueno, si vamos a ir al centro comercial, que sea para encontrarnos con personas y no con maniquíes.
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