Monseñor estaba feliz de volver al pueblo que lo vio crecer, en su rostro no podía ocultar el asombro que le causaba ver cómo la gente se volcaba a la calle para abrazarlo, besarlo o darle un apretón de manos. Hasta el clima estaba de su lado, ya que a su llegada el sol brilló y los nubarrones que cubrían el cielo se disiparon.

Acompañado de monseñor José Dimas Cedeño, el arzobispo Ulloa caminó desde la Escuela Rubecinda Rodríguez, hasta la Parroquia San Juan Bautista, donde lo esperaba una multitud. En su sermón, Ulloa agradeció a cada uno de los macaraqueños y a Dios por permitirle vivir ese momento de fe.

"Muchos de ustedes me vieron crecer, era un niño flaquito, ninguno de ustedes hubiera pagado ningún centavo por mí", dijo el sacerdote. Destacó que desde niño comprendió que la vida hay que vivirla sin protagonismo, pues ser obispo no es como una suerte de funcionario eclesiástico. El religioso no ve en su cargo de arzobispo un ascenso, tampoco una posición para recibir honores.

Al finalizar la homilía instó a los feligreses a salir con el orgullo de ser macaraqueños y a amarse los unos a los otros."