Una de las características de los últimos años del siglo XX, fue el cese de la doctrina de la Seguridad Nacional y de la Guerra Fría.
Los dictadores y los regímenes dictatoriales cayeron uno a uno. Somoza, Marcos, el Muro de Berlín y el partido único ahora son historia. La comunidad internacional se llenó de esperanzas. El ciudadano común creyó la veracidad del tan predicado fin de las ideologías. Pero los intermediarios de la dominación desaparecieron, no así la dominación.
No ocurrió el fin de las ideologías, sino el triunfo del neoliberalismo y la revigorización del Destino Manifiesto.
Los fusiles y carcelazos, parece, dieron paso a las cadenas mentales: La egocracia o la supremacía del individualismo sobre la solidaridad; la plutocracia o la primacía del capital sobre el individuo y la tecnocracia o la supeditación total y sumisa del pensamiento a la computadora, el teléfono celular y al automóvil. Las nuevas tiranías, gracias a la publicidad y a la televisión, se afincaron en los cerebros de la población mundial. Pero no todo fue cierto. El fúsil y la cárcel no han sido desechados.
Los egócratas siguen soñando con imperios y hacen lo necesario para dominar cada centímetro del planeta. Altos porcentajes del PIB, de las naciones lideradas por los enfermos del ego, son invertidos en la invención de nuevas y sofisticadas armas. Y ese armamento es para utilizarse y se inventan guerras, porque la guerra es un negocio y se inventan mentiras y atacan al ciudadano de a pie con miles de anuncios publicitarios, y el ciudadano común y corriente engordando a punta de toxinas. ¿Será que llegó el tiempo de llamar pan al pan, vino al vino y guerra a la guerra? ¿Será que el mejor golpe que se le puede dar a los egócratas del mundo es dudar de la televisión?
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