Hay personas que son un modelo a seguir. Son aquéllas que al conocerlas, uno siente que si hubiesen por lo menos 10 más como ellas, el mundo sería mucho mejor.
El pasado viernes conocí a alguien así. Es el nervio motor de una comunidad, cuyo eje es una pequeña escuela multigrado, enclavada allá, montaña adentro, en las faldas del cerro Trinidad en Capira.
Un pequeño pueblito, de nombre Majara, sirve de escenario para que esta mujer, la directora de la escuela y a la vez maestra de grado, desempeñe una misión para la que parece haber sido especialmente destinada por Dios.
Ella cree que si los niños aprenden desde pequeños a ser líderes, respetando las ideas ajenas y formando parte activa en el desarrollo de la escuela y la comunidad, serán mañana hombres y mujeres formados de manera integral, que cuidarán de sí mismos y de su entorno, trabajando para el bien común.
¡Qué bien le viene a doña Isabel Medina el título de "Maestra"! Recordé aquellos viejos tiempos (no tan viejos) en que los maestros nuestros marcaban nuestras vidas para bien. Eran aquéllos que no tenían el signo de dólar grabado en los ojos, sino que miraban al futuro con esperanza y actuaban en consecuencia, para que sus discípulos fueran algún día hombres y mujeres que construyeran un mejor país. Eso era lo que más les importaba.
Así es Isabel Medina. El entusiasmo le brota como agua cantarina de sus ojos cuando habla de sus niños, de sus programas, de sus planes para mejorar su escuela querida y formar a sus estudiantes. ¡Cómo se contagia esa alegría de servir, esa risa que transmite amor, ese gozo de hacer lo mejor sin importar cuánto cueste! Tan contagiosa es, que una comunidad entera la sigue, porque ya ha visto sus frutos. Y vuelve a mi mente aquella sensación de desear que hubiesen más como ella. ¡Ojalá así sea!
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